Amanece. Sobre la línea del horizonte, el sol estira sus dedos de luz y enciende de oro la mar y los senderos.

A esa hora temprana, cuando todavía caben los silencios, las guías y los guías locales ya repasamos mapas, revisamos botiquines y afinamos historias —esas que después florecerán en la memoria de cada visitante—.

Salimos con una sonrisa en la proa y el convencimiento de que cuidar el territorio es la mejor forma de compartirlo.


Un oficio que trenza conocimiento y cariño

Nuestra tarea no se limita a “llevar” grupos. Interpretamos el paisaje —sus rocas, sus mareas, sus costumbres— para que quien nos acompaña mire con otros ojos. Evitamos que se pierdan, que pisen donde no deben; y, sobre todo, les invitamos a contemplar con respeto la vida que palpita en la franja intermareal: las estrellas de mar que abrazan las rocas, los erizos que se aferran a los recovecos, los coloridos nudibranquios que parecen secretos andantes y ese sinfín de criaturas que hacen de cada charco un universo. Recordamos siempre la filosofía del “no dejes huella y, si puedes, recoge tres”: tres colillas, tres plásticos, tres objetos que no pertenecen al monte ni a la costa.

Ese gesto sencillo resume nuestro propósito: sumar cuidado a cada paso. Porque el éxito de una actividad no se mide solo en sonrisas fotografiadas, sino en la huella —casi invisible— que no dejamos tras de nosotros.

Turismofobia: confundir la brújula con el mapa

En los últimos años ha crecido la palabra turismofobia, y a menudo se señala al turismo activo como parte del problema. Sin embargo, la raíz del descontento ciudadano se encuentra, en gran medida, en la proliferación descontrolada de viviendas de uso turístico. No es la Ley de Turismo la que ha generado este fenómeno, sino la falta de regulación municipal que limite, equilibre y ordene la oferta de alojamiento.

Nuestras rutas, travesías y salidas en a pie, en kayak o en barco apenas comparten escenario con esos pisos. De hecho, los y las profesionales del ecoturismo trabajamos para descentralizar flujos, desestacionalizar visitas y repartir los beneficios más allá de los lugares saturados. Cada grupo que acompaña a una guía local descubre senderos secundarios, restaurantes familiares y talleres artesanos que quedarían fuera del radar de un viajero sin orientación.

Empresas pequeñas, soluciones grandes

Somos microempresas arraigadas. Consumimos productos de cercanía, contratamos servicios locales, mantenemos empleos los doce meses del año —también en febrero, cuando la niebla lame los acantilados—. Nuestro compromiso con la triple sostenibilidad se traduce en:

  • Conservación ambiental: planes de “cero residuos”, medición de huella de carbono y participación en programas de ciencia ciudadana.
  • Bienestar social: empleo estable, formación continua y colaboración con escuelas e iniciativas comunitarias.
  • Viabilidad económica: diversificación de actividades para que el territorio no dependa de una sola estación ni de un único tipo de visitante.

Quienes amamos esta tierra sabemos que prospera cuando la gente que la habita vive bien y cuando quienes la visitan la respetan. Por eso repetimos, con la naturalidad de quien respira, que no somos parte del problema; somos parte de la solución.

Qué ver en Orio

Un llamamiento a remar en la misma dirección

A las administraciones locales les pedimos que escuchen a quienes caminamos el territorio paso a paso. Regular las viviendas turísticas no es ir contra el turismo; es proteger la identidad de los barrios y garantizar que la renta y el descanso de la ciudadanía no se vean comprometidos. Al mismo tiempo, apoyar al turismo activo y al ecoturismo es invertir en custodios del paisaje: profesionales que lo interpretan, lo defienden y lo comparten con delicadeza.

A la ciudadanía le ofrecemos puertas abiertas: venid, caminad con nosotros, preguntad, observad y llevad a casa no solo fotografías, sino la certeza de que otro turismo es posible, y ya existe.

Epílogo con brisa salada

Cuando el día declina y los colores se apagan, regresamos al puerto, al punto de inicio de cada historia contada.

En la borda aún cuelga la sonrisa con la que zarpamos y una certeza serena: mientras haya guías locales enamoradas de su lugar, habrá visitantes que aprendan a quererlo.

Y ese amor compartido, amable y responsable, es la mejor vacuna contra la turismofobia y contra cualquier huella que no sea la de la memoria imborrable de un paisaje bien cuidado.

Porque la brújula de nuestro oficio señala siempre el mismo norte: poner en valor el territorio para que el territorio siga teniendo valor.